Soneto LXVI
No te quiero sino porque te quiero y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero pasa mi corazón del frío al fuego
Te quiero sólo porque a ti te quiero, te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego. Tal vez consumirá la luz de Enero,
su rayo cruel, mi corazón entero, robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero, porque te quiero, amor, a sangre y fuego.
Soneto LXXVIII No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena la victoria dejó sus pies perdidos. Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes. No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas. Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas sangrientas, que combatí la burla, y que en verdad llené la pleamar de mi alma. Yo pagué la vileza con palomas. Yo no tengo jamás porque distinto fui, soy, seré. Y en nombre de mi cambiante amor proclamo la pureza. La muerte es sólo piedra del olvido. Te amo, beso en tu boca la alegría. Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.
Soneto LXXXII Amor mío, al cerrar esta puerta nocturna te pido, amor, un viaje por oscuro recinto: cierra tus sueños, entra con tu cielo en mis ojos, extiéndete en mi sangre como en un ancho río. Adiós, adiós, cruel claridad que fue cayendo en el saco de cada día del pasado, adiós a cada rayo de reloj o naranja, salud oh sombra, intermitente compañera! En esta nave o agua o muerte o nueva vida, una vez más unidos, dormidos, resurrectos, somos el matrimonio de la noche en la sangre. No sé quién vive o muere, quién reposa o despierta, pero es tu corazón el que reparte en mi pecho los dones de la aurora.
Soneto XCII
Amor mío, si muero y tú no mueres,
no demos al dolor más territorio:
amor mío, si mueres y no muero,
no hay extensión como la que vivimos. Polvo en el trigo, arena en las arenas
el tiempo, el agua errante, el viento vago nos llevó como grano navegante. Pudimos no encontrarnos en el tiempo. Esta pradera en que nos encontramos, oh pequeño infinito! devolvemos.
Pero este amor, amor, no ha terminado, y así como no tuvo nacimiento
no tiene muerte, es como un largo río, sólo cambia de tierras y de labios.
Soneto XCV
Quiénes se amaron como nosotros? Busquemos las antiguas cenizas del corazón quemado
y allí que caigan uno por uno nuestros besos hasta que resucite la flor deshabitada.
Amemos el amor que consumió su fruto
y descendió a la tierra con rostro y poderío: tú y yo somos la luz que continúa,
su inquebrantable espiga delicada.
Al amor sepultado por tanto tiempo frío,
por nieve y primavera, por olvido y otoño, acerquemos la luz de una nueva manzana, de la frescura abierta por una nueva herida, como el amor antiguo que camina en silencio por una eternidad de bocas enterradas.